SOBRE EL SENTIDO DE LOS ACTOS FALLIDOS

"Couple", Benjamin Björklund. 64x64 cm

«Couple», Benjamin Björklund. 64×64 cm

Una vez me hallaba yo en casa de un matrimonio recién casado, y la mujer me contó riendo que al día siguiente de su regreso del viaje de novios había ido a buscar a su hermana soltera para, mientras su marido se hallaba ocupado en sus negocios, salir con ella de compras como antes de casada acostumbraba hacerlo. De repente había visto venir a un señor por la acera opuesta, y llamando la atención de su hermana, le había dicho: «Mira, ahí va el señor L.», olvidando que el tal era su marido desde hacía algunas semanas. Al oír esto sentí un escalofrío, pero por entonces no sospeché que pudiera constituir un dato sobre el porvenir de los cónyuges. Años después recordé esta pequeña historia cuando supe que el tal matrimonio había tenido un desdichadísimo fin.

A. Maeder cuenta que una señora que la víspera de su boda olvidó ir a probarse el traje nupcial y sólo se acordó de que tenía que hacerlo a las ocho de la noche, cuando ya la modista desesperaba de poder tener el traje por la mañana siguiente. Maeder ve una relación entre este hecho y el divorcio de dicha señora al poco tiempo. Por mi parte conozco a una señora, actualmente separada de su marido, que aun antes de su divorcio acostumbraba equivocarse y firmar con su nombre de soltera los documentos referentes a la administración de sus bienes. Sé también de otras muchas mujeres casadas que en el viaje de novios perdieron su anillo de boda, accidente al que sucesos posteriores han dado luego una inequívoca significación. Expondré, por último, un clarísimo ejemplo más. Cuéntase que un célebre químico alemán olvidó el día y la hora en que debía celebrarse su matrimonio y se encerró en su laboratorio en lugar de acudir a la iglesia. En este caso, el interesado obedeció esta advertencia interior, y contentándose con una única tentativa, continuó soltero hasta su muerte en edad muy avanzada.

Sin duda se os habrá ocurrido pensar que en todos estos ejemplos el acto fallido equivale a las ominao, presagios a que los antiguos daban tan gran importancia. Y, realmente, una gran parte de estos presagios no eran más que actos fallidos; por ejemplo, cuando alguien tropezaba o caía. Otros, sin embargo, tenían el carácter de suceso objetivo y no el de acto subjetivo; pero no os podéis figurar hasta qué punto se hace difícil determinar si un suceso pertenece a la primera o a la segunda de estas categorías. La acción sabe disfrazarse muchas veces de suceso pasivo.

Cualquiera de nosotros que tenga tras de sí una experiencia algo larga ya de la vida, puede decir que, sin duda, se hubiera ahorrado muchas desilusiones y muchas dolorosas sorpresas si hubiera tenido el valor y la decisión de interpretar los pequeños actos fallidos que se producen en las relaciones entre los hombres como signos premonitorios de intenciones que no le son reveladas. Mas la mayor parte de las veces no nos atrevemos a llevar a cabo tal interpretación, pues tememos caer en la superstición pasando por encima de la ciencia. Además, no todos los presagios se realizan, y cuando comprendáis mejor nuestras teorías, veréis que tampoco es necesaria una tan completa realización.

Sigmund Freud
«Los actos fallidos». Lecciones introductorias al psicoanálisis

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ACTOS FALLIDOS. PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA. CHARLA-COLOQUIO PSICOANÁLISIS. 27 DE JUNIO 2015, 10:30hs.

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PARA CONTRIBUIR A LA CONFUSIÓN GENERAL

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Jose Luis Ceña

 

Una visión del arte, la poesía y el mundo contemporáneo

 

PREÁMBULO

 

Cuando alguien intenta aproximarse al campo de las ideas vigentes con espíritu esclarecedor, debe plantearse el problema de si su aporte no contribuirá en última instancia a hacer todavía más densa la confusión, como aquel que en desesperado esfuerzo por apagar el fuego, quisiera hacerlo soplando. Es tan impresionante el amontonamiento de las ideas más contradictorias no sólo en mentes distintas sino en una misma mente, que cuando se trata de tomar distancia para ser testigo de esa barahúnda con cierta objetividad surge la pregunta de si el destino del hombre no será crear una infernal telaraña para aprisionarse a sí mismo y propender a la propia destrucción, mediante la organización del desorden.

 

Pero hablar de contribuir a la confusión general equivale justamente a propiciar el desorden, dirán algunos. De todos modos, no se trata de un desorden contra el orden, sino más bien de un nuevo desorden contra un viejo desorden.

 

El desorden, al envejecer, se fija, se fosiliza y adquiere así la apariencia del orden, pero sólo porque está inmóvil, porque está muerto. Un desorden muerto se corrompe, hiede, contamina la vida con su podredumbre. Entonces es necesario crear un desorden totalmente nuevo que lo sustituya. Pero no cualquier desorden, sino uno que consuma lo viejo y purifique la vida: un desorden creador, por el cual circule la sangre siempre renovada de lo vital.

 

Aunque pretende marchar en alguna dirección, en el fondo el hombre no sabe hacia dónde va. Pero lo mismo marcha, y durante esa marcha se propone seriamente infinidad de objetivos, lo reglamenta todo, lo “ordena” todo, y mediante ese “orden” obtiene las combinaciones más absurdas, los resultados más insólitos, que de todos modos lo distraen de la proximidad del vacío.

 

Hace unos años hablaban de un “orden nuevo” los apóstoles de ciertos sistemas políticos. Ellos querían hacer pasar por nuevo el mismo vetusto desorden embalsamado y pintarrajeado. Y pretendían fijarlo para toda la eternidad. Quisieron emplear medios de convicción eficaces y lo hicieron a sangre y fuego, con lo que lograron eficazmente destruirse a sí mismos y a su viejo desorden momificado. Pero continuamente reaparecen señores que hablan de la necesidad de un nuevo orden. A ellos hay que decirles que no estamos por el orden sino por el desorden y que es inherente al hombre propender inevitablemente a un desorden siempre renovado. La vida no responde a leyes fijas; lo único realmente fijo es la inevitable transformación del hombre paralela a la inevitable transformación del mundo, y ningún pretendido orden puede detenerlas. Pero también es fija la inmensa estupidez humana. Esta estupidez es la verdadera enfermedad del medio social en que vivimos y a ella hay que atribuir la mayor parte de los males de este mundo. No debe confundirse con la inocencia, de la que dependen las más puras cualidades creadoras. La estupidez es tortuosa, maligna y enemiga despiadada de los valores humanos más altos. Buena parte de la intención de estos textos es denunciarla.

 

Aquel que trate de iluminar el panorama del mundo no hará más que poner en evidencia esa gran confusión en que vive el hombre de hoy. Pero entonces, ¿qué hacer? Sólo nos resta plantarnos frente a las ideas, a las pretendidas ideas, removerlas y actuar apasionadamente sobre ellas. Así, las ideas se agitarán en la liza como toros enfurecidos, y cuando, sembrados de banderillas, ofrezcan su cerviz a la estocada precisa, todo habrá concluido. En esa lucha dialéctica, las ideas más poderosas demuestran su debilidad y los esquemas caen postrados; esos esquemas a los que son tan afectos los hombres porque, aunque falsos, les dan la sensación de seguridad que su desamparo exige.

 

Al fin y al cabo los textos que siguen no constituyen más que una exposición de ciertas ideas de nuestra época que flotan en el aire, que a veces son expresadas tímidamente, apenas susurradas, pero que, cuando alguien las expone en toda su crudeza, resultan enormemente familiares, terriblemente convincentes, aunque la mayoría prefiera olvidarlas inmediatamente después. Quizá sólo tienen por objeto despertar algunas conciencias, no para llevarlas por nuevos derroteros, sino para que reflexionen libremente sobre su humana condición. Entonces les aparecerá el verdadero sentido de palabras como libertad, amor, arte o poesía; palabras tan manoseadas y desfiguradas por el mal uso que se han vuelto irreconocibles; quizás entonces comprendan que libertad significa simplemente un modo de realizarse con plenitud, que amor significa el más alto grado a que puede llegar la comunicación entre dos seres, y que las palabras arte y poesía no designan cosas inexplicables, sino una forma de comunión con el mundo y un modo de proyección del ser hacia los otros.

 

El tono persuasivo usado por el autor en algunos trabajos y el apersuasivo usado en otros se complementan, y constituyen la verdadera manera de provocar una comprensión viva, de arrancar al interlocutor de su cómoda poltrona de indiferencia.

 

Ese despertar de algunas conciencias es el resultado por demás satisfactorio a que aspiran los textos que se leerán. No es necesario que nadie se convenza de nada; basta con despertar y mirar a su alrededor con ojos libres. Es el único modo de comprobar que el mundo en que vivimos es siempre nuevo y la sordidez es solo una ilusión.

 

Aldo Pellegrini

 

 

 

Las 2001 Noches. Revista de Poesía, Aforismos, Frescores

http://www.las2001noches.com/n150/p14.htm

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