CON ESTA BOCA, EN ESTE MUNDO

35 Hallam's Lane, Chilwell near Nottingham, 1937 by Edwin Smith

35 Hallam’s Lane, Chilwell near Nottingham, 1937 by Edwin Smith

 

CON ESTA BOCA, EN ESTE MUNDO

No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.

Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta
dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del
viento.

Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco
final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo, con la lengua cortada.

¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes y los males que más temí
perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la
oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con
la muerte, poesía.

Hemos ganado. Hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esta boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este
mundo con esta sola boca?

Olga Orozco

Las 2001 Noches. Revista de poesía Nº 108

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NI HUIR NI ARREMETER CONTRA NADIE…

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Works by Peter Frie

Un árabe, montado en su camello, pasa por un estrecho sendero tallado en una abrupta montaña. En una revuelta del camino se halla de repente ante un león dispuesto a saltar sobre él. La montaña a un lado y al otro un abismo, cierran toda salida. No hay tampoco tiempo de volver grupas y huir del peligro. El árabe se ve perdido. Pero el camello, más inteligente, encuentra el medio de burlar al león, arrojándose con su jinete al abismo, donde ambos quedan destrozados. De este mismo género es la ayuda que al enfermo presta la neurosis. Es muy posible que la solución del conflicto por la formación de síntomas no constituya sino un proceso automático, estimulado por la inferioridad del individuo ante las exigencias de la vida y en el que el hombre renuncia a utilizar sus mejores y más elevadas energías. Pero si hubiera posibilidad de escoger, debería preferirse la derrota heroica; esto es, la consecutiva a un noble cuerpo a cuerpo con el Destino.

Sigmund Freud
El estado neurótico corriente

«Ni huir ni arrepemeter contra nadie. Aprender a conversar tranquilamente. Eso enseña el amor»

Miguel Oscar Menassa

Consulta de Psicoanálisis

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«USURA» EZRA POUND

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«Man met Romeinse munt», Hans Memling (Seligenstad 1423/43 – Brugge 1494)

 

CANTO XLV

 

Con Usura

 

Con usura el hombre no puede tener casa de buena piedra

con cada canto de liso corte y acomodo

para que el dibujo le cubra la cara,

con usura

no hay para el hombre paraísos pintados en los muros de su iglesia

harpes et luz

o donde las vírgenes reciban anuncios

y resplandores broten de los tajos,

con usura

no puede ver el hombre Gonzaga a sus herederos y sus concubinas

no se pinta cuadro para que dure y para la vida

sino para venderse y pronto

con usura, pecado contra natura,

es tu pan siempre de harapos viejos

es tu pan seco como el papel,

sin trigo de montaña, harina fuerte

con usura la línea se hincha

con usura no hay demarcación clara

y nadie puede hallar sitio para su morada.

El picadero se aparte de la piedra

el tejedor de su telar

CON USURA

no llega lana al mercado

la oveja nada vale con usura

Usura es un ántrax, usura

mella la aguja en las manos de la muchacha

y detiene la pericia del que hila. Pietro Lombardo

no vino por usura

Duccio no vino por usura

ni Pier della Francesca; Zuan Bellin’ no por usura

ni pintose «La Calunnia».

Angelico no vino por usura; no vino Ambrogio Praedis,

No vino iglesia de piedra cincelada firmada: Adamo me fecit

No por usura St. Trophime

No por usura Saint Hilaire,

Usura oxida el cincel

Oxida el oficio y al artesano

Roe los hilos del telar

Nadie aprende a tejer oro en su dibujo;

El azur tiene una llaga por usura; el carmesí sin bordar se queda

El esmeralda a ningún Memling tiene

Usura asesina al niño en las entrañas

Impide al joven cortejar a su amada

Ha llevado la perlesía a la cama, yace

entre la joven desposada y su marido

CONTRA NATURAM

Han traído putas para Eleusis

Se sientan cadáveres al banquete

a petición de usura.

 

 

N.B. Usura: gravamen por el uso de poder adquisitivo, impuesto sin relación a la producción, a veces sin relación a las posibilidades de la producción. (De ahí la quiebra del banco de los Medici.)

 

 

Ezra Pound
Cantares completos I

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UN CAMINO DE RETORNO DESDE LA FANTASÍA A LA REALIDAD

"Along Linda Vista" by Jean Mannheim 1862-1945

«Along Linda Vista» by Jean Mannheim 1862-1945

Antes de terminar esta conferencia, quisiera llamaros todavía la atención sobre una de las facetas más interesantes de la vida de la fantasía. Se trata de la existencia de un camino de retorno desde la fantasía a la realidad. Este camino no es otro que el del arte. El artista es, al mismo tiempo, un introvertido próximo a la neurosis. Animado de impulsos y tendencias extraordinariamente enérgicos, quisiera conquistar honores, poder, riqueza, gloria y amor. Pero le faltan los medios para procurarse esta satisfacción y, por tanto, vuelve la espalda a la realidad, como todo hombre insatisfecho, y concentra todo su interés, y también su libido, en los deseos creados por su vida imaginativa, actitud que fácilmente puede conducirle a la neurosis. Son, en efecto, necesarias muchas circunstancias favorables para que su desarrollo no alcance ese resultado, y ya sabemos cuán numerosos son los artistas que sufren inhibiciones parciales de su actividad creadora a consecuencia de afecciones neuróticas. Su constitución individual entraña seguramente una gran actitud de sublimación y una cierta debilidad para efectuar las represiones susceptibles de decidir el conflicto. Pero el artista vuelve a encontrar el camino de la realidad en la siguiente forma: desde luego, no es el único que vive una vida imaginativa. El dominio intermedio de la fantasía goza del favor general de la Humanidad, y todos aquellos que sufren de cualquier frustración acuden a buscar en ella una compensación y un consuelo. La diferencia está en que los profanos no extraen de las fuentes de la fantasía sino un limitadísimo placer, pues el carácter implacable de sus represiones los obliga a contentarse con escasos sueños diurnos que, además, no son siempre conscientes. En cambio, el verdadero artista consigue algo más. Sabe dar a sus sueños diurnos una forma que los despoja de aquel carácter personal que pudiera desagradar a los extraños y los hace susceptibles de constituir una fuente de goce para los demás. Sabe embellecerlos hasta encubrir su equívoco origen y posee el misterioso poder de modelar los materiales dados hasta formar con ellos una fidelísima imagen de la representación existente en su imaginación enlazando de este modo a su fantasía inconsciente una suma de placer suficiente para disfrazar y permitir, por lo menos de un modo interino, las represiones. Cuando el artista consigue realizar todo esto, procura a los demás el medio de extraer nuevo consuelo y nuevas compensaciones de las fuentes de goce inconscientes, devenidas inaccesibles para ellos. De este modo logra atraerse el reconocimiento y la admiración de sus contemporáneos y acaba por conquistar, merced a su fantasía, aquello que antes no tenía sino una realidad imaginativa: honores, poder y amor de las mujeres.

Sigmund Freud
Lecciones introductorias al psicoanálisis
Lección XXIII, «Vías de formación de síntomas»

Consulta de Psicoanálisis

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LA SELVA Y EL MAR

George Bellows - Giant Sky, 1913

George Bellows – Giant Sky, 1913

LA SELVA Y EL MAR

 

Allá por las remotas

luces o aceros aún no usados,

tigres del tamaño del odio,

leones como un corazón hirsuto,

sangre como la tristeza aplacada,

se baten con la hiena amarilla que toma la forma del poniente insaciable.

 

Largas cadenas que surten de los lutos,

de lo que nunca existe,

atan el aire como una vena, como un grito, como un reloj que se para

cuando se estrangula algún cuello descuidado.

 

Oh la blancura súbita,

las orejas violáceas de unos ojos marchitos,

cuando las fieras muestran sus espadas o dientes

como latidos de un corazón que casi todo lo ignora,

menos el amor,

al descubierto en los cuellos allá donde la arteria golpea,

donde no se sabe si es el amor o el odio

lo que reluce en los blancos colmillos.

 

Acariciar la fosca melena

mientras se siente la poderosa garra en la tierra,

mientras las raíces de los árboles, temblorosas,

sienten las uñas profundas

como un amor que así invade.

 

Mirar esos ojos que sólo de noche fulgen,

donde todavía un cervatillo ya devorado

luce su diminuta imagen de oro nocturno,

un adiós que centellea de póstuma ternura.

 

El tigre, el león cazador, el elefante que en sus colmillos lleva algún suave collar,

la cobra que se parece al amor más ardiente,

el águila que acaricia a la roca como los sesos duros,

el pequeño escorpión que con sus pinzas sólo aspira a oprimir un instante la vida,

la menguada presencia de un cuerpo de hombre que jamás podrá ser confundido con una selva,

ese piso feliz por el que viborillas perspicaces hacen su nido en la axila del musgo;

mientras la pulcra coccinella

se evade de una hoja de magnolia sedosa…

Todo suena cuando el rumor del bosque siempre virgen

se levanta como dos alas de oro,

élitros, bronce o caracol rotundo,

frente a un mar que jamás confundirá sus espumas con las ramillas tiernas.

 

La espera sosegada,

ese esperanza siempre verde,

pájaro, paraíso, fasto de plumas no tocadas,

inventa los ramajes más altos,

donde los colmillos de música,

donde las garras poderosas, el amor que se clava,

la sangre ardiente que brota de la herida,

no alcanzará, por más que el surtidor se prolongue,

por más que los pechos entreabiertos en tierra

proyecten su dolor o su avidez a los cielos azules.

 

Pájaro de la dicha,

azul pájaro o pluma,

sobre un sordo rumor de fieras solitarias,

del amor o castigo contra los troncos estériles,

frente al mar remotísimo que como la luz se retira.

 

 

Vicente Aleixandre

La destrucción o el amor

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PRÓLOGO A LOS «DIÁLOGOS CON LEUCÓ»

Para la «solapa de contraportada» de la primera edición del volumen Diálogos con Leucó (octubre de 1947), el propio Pavese escribió este texto de presentación:

«Cesare Pavese, a quien muchos se empeñan en considerar un testarudo narrador realista, especializado en campiñas y periferias americano-piamontesas, nos descubre en estos Diálogos un nuevo aspecto de su temperamento. No hay escritor auténtico que no tenga sus lunas, su capricho, la musa escondida, que de pronto lo inducen a hacerse ermitaño. Pavese se ha acordado de cuando iba a la escuela y de lo que leía; se ha acordado de los libros que lee cada día, de los únicos libros que lee. Ha dejado por un momento de creer que su tótem y tabú, sus salvajes, los espíritus de la vegetación, el asesinato ritual, la esfera mítica y el culto a los muertos, fueran inútiles extravagancias y ha querido buscar en ellos el secreto de algo que todos recuerdan, todos admiran un poco de mala gana bostezando con una sonrisa. Y han nacido estos Diálogos.»

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LOS CIEGOS

Henri Lebasque A Nude in Repose

Henri Lebasque «A Nude in Repose»

LOS CIEGOS

 

No hay peripecia en Tebas en la que falte el ciego adivino Tiresias. Poco después de este coloquio comenzaron las desventuras de Edipo, es decir, se le abrieron los ojos, y él mismo se los reventó horrorizado.

 

(Hablan Edipo y Tiresias)

 

Edipo: Viejo Tiresias, ¿debo creer lo que se dice aquí, en Tebas, que los dioses te cegaron por envidia?

Tiresias: Si es cierto que todo viene de ellos, debes creerlo.

Edipo: ¿Y tú qué dices?

Tiresias: Que de los dioses se habla en exceso. Ser ciego no es desgracia distinta a estar vivo. Siempre he visto llegar las desventuras en su momento, cuando debían llegar.

Edipo: Mas entonces los dioses, ¿qué hacen?

Tiresias: El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios –cuando el tiempo aún no había nacido. Las propias cosas, reinaban entonces. Acaecían cosas– ahora, mediante los dioses, todo se ha vuelto palabras, ilusión, amenaza. Mas los dioses pueden causar fastidio, acercar o separar las cosas. No tocarlas, no mudarlas. Han venido demasiado tarde.

Edipo: ¿Cómo tú, sacerdote, dices esto?

Tiresias: Si no supiera al menos esto, no será sacerdote. Coge a un mozo que se baña en el Asopos. Es un día de verano. El mozo sale del agua, vuelve a ella feliz, se zambulle una y otra vez. Le da un mal y se ahoga. ¿Qué tienen que ver los dioses? ¿Deberá atribuir a los dioses su fin, o al placer disfrutado? Ni lo uno ni lo otro. Ha acaecido algo –que no es un bien ni un mal, algo sin nombre– el nombre se lo darán después los dioses.

Edipo: Y dar el nombre, explicar las cosas, ¿te parece poco, Tiresias?

Tiresias: Tú eres joven, Edipo, y al igual que los dioses, que son jóvenes, aclaras tú mismo las cosas y las llamas. Aún no sabes que bajo la tierra está la roca y que el cielo más azul es el más vacío. Para quien como yo no las ve, todas las cosas son un choque, sin más.

Edipo: Mas también has vivido tratando con los dioses. Estaciones, placeres, las humanas miserias te ocuparon largamente. Se relata de ti más de una fábula, como de un dios. Y alguna tan extraña, tan insólita, que algún sentido deberá tener -acaso el de las nubes en el cielo..

Tiresias: He vivido ya mucho. Tanto he vivido que cada historia que oigo me parece la mía. ¿Qué sentido dices de las nubes en el cielo?

Edipo: Una presencia dentro del vacío…

Tiresias: Mas ¿cuál es esa fábula a la que atribuyes un sentido?

Edipo: ¿Siempre has sido lo que eres, viejo Tiresias?

Tiresias: Ah, ya te sigo. La historia de las sierpes. Cuando fui mujer siete años. Pues bien, ¿qué hallas en esa historia?

Edipo: A ti te ocurrió y tú lo sabes. Pero esas cosas no ocurren sin un dios.

Tiresias: ¿Tú crees? Todo puede ocurrir sobre la Tierra. No hay nada insólito. En aquel tiempo sentía disgusto por las cosas del sexo –me parecía que el espíritu, la santidad, mi carácter, se envilecían con ellas. Cuando vi a las dos sierpes gozarse y morderse sobre el musgo, no pude contener mi despecho: las toqué con el báculo. Poco después, era mujer –y durante años mi orgullo se vio obligado a sufrir. Las cosas del mundo son roca, Edipo.

Edipo: ¿De veras es tan vil el sexo femenino?

Tiresias: Nada de eso. No existen cosas viles, salvo para los dioses. Hay fastidios, disgustos e ilusiones que, tocando la roca, se disipan. Aquí la roca fue la fuerza del sexo, su ubicuidad y omnipresencia bajo todas las formas y mudanzas. De hombre a mujer, y viceversa (siete años después volví a ver a las dos sierpes), lo que no quise consentir con el espíritu me fue hecho por violencia o por libídine, y yo, hombre desdeñoso o mujer envilecida, me desencadené como mujer y fui abyecto como hombre, y lo supe todo del sexo: llegué hasta el punto de buscar de hombre a los hombres y de mujer a las mujeres.

Edipo: Ya ves, pues, que un dios te ha enseñado algo.

Tiresias: No hay dioses sobre el sexo. Es la roca, te digo. Muchos dioses son fieras, pero la sierpe es el más antiguo de los dioses. Cuando se aplasta en la tierra, ahí tienes la imagen del sexo. En ella está la vida y la muerte. ¿Cuál dios puede encarnar y comprender tanto?

Edipo: Tú mismo. Así lo has dicho.

Tiresias: Tiresias es anciano y no es un dios. Cuando era joven, ignoraba. El sexo es ambiguo y siempre equívoco. Es una mitad que semeja un todo. El hombre llega a encarnárselo, a vivir dentro de él cual un buen nadador en el agua, pero mientras tanto ha envejecido, ha tocado la roca. Al final una idea, una ilusión le restan: que el otro sexo salga de ello saciado. Pues bien, no te lo creas: sé que para todos es un trabajo vano.

Edipo: No es fácil replicar a cuanto dices. No en vano tu historia se inicia con serpientes. Mas se inicia también con el disgusto, con el hastío del sexo. ¿Qué le dirías a un hombre vigoroso que te jurase que ignora el disgusto?

Tiresias: Que no es un hombre vigoroso –es aún un niño.

Edipo: También yo, Tiresias, tuve algún encuentro camino de Tebas. Y en uno de ellos se habló del hombre –de la infancia a la muerte– también nosotros tocamos la roca. A partir de ese día fui marido y padre, y rey de Tebas. Nada hay de ambiguo o de vano, para mí, en mis días.

Tiresias: No eres el único, Edipo, en creer eso. Pero la roca no se toca con palabras. Que los dioses te protejan. También yo te hablo y soy viejo. Solamente el ciego reconoce las tinieblas. Me parece vivir fuera del tiempo, haber vivido siempre, ya no creo en los días. También en mí hay algo que disfruta y sangra.

Edipo: Decías que ese algo era un dios. ¿Por qué, mi buen Tiresias, no tratas de rezarle?

Tiresias: Todos rezamos a algún dios, mas lo que ocurre carece de nombre. El mozo ahogado un día de verano, ¿qué sabe de los dioses? ¿Rezar le ayuda a algo? Hay una gran serpiente en cada día de la vida, y se aplasta y nos mira. ¿Te has preguntado alguna vez, Edipo, por qué al envejecer el infeliz se ciega?

Edipo: Ruego a los dioses que eso no me ocurra.

 

Cesare Pavese

Diálogos con Leucó

 

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