NUEVAS PERSPECTIVAS EN FILOSOFÍA DEL LENGUAJE. FUNCIÓN POÉTICA Y ESCRITURA

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XI CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE NUEVAS TENDENCIAS EN HUMANIDADES
Universidad de Eötvös Loránd, Budapest – Junio 2013

NUEVAS PERSPECTIVAS EN FILOSOFÍA DEL LENGUAJE.

FUNCIÓN POÉTICA Y ESCRITURA

“El desplazamiento y la condensación son mecanismos inconscientes, no se leen en la preconciencia, no se leen en la asociación libre, sólo se pueden leer en la interpretación: cuando hay interpretación  podré construir  que hubo  condensación o desplazamiento, son inconscientes. Cuando pesco el pez pierdo el nado vivo, lo transformo en pescado.”
Miguel Oscar Menassa, Freud y Lacan –hablados 1-, p. 381

Como diría Octavio Paz, poeta y premio Nobel de Literatura, “Todo periodo de crisis se inicia o coincide con una crítica del lenguaje. Todas las sociedades han atravesado por estas crisis de sus fundamentos que son, asimismo y sobre todo, crisis del sentido de ciertas palabras. Se olvida con frecuencia que, como todas las otras creaciones humanas, los Imperios y los Estados están hechos de palabras” (Paz 1992, p. 29).

También las Humanidades son una construcción del lenguaje, un vasto imperio de las letras en el que hasta hace bien poco una cierta idea del hombre ha dominado sin que nada le hiciera sombra, sin que nada viniera a cuestionar la centralidad de su razón y su conciencia.

Pensar el futuro de las humanidades pasa necesariamente por pensar la cuestión del lenguaje y de la poesía, en tanto que lenguaje instaurador de la realidad. Hablaremos aquí de la poesía como instrumento de conocimiento y de la función poética como esa tarea desrealizadora que se cumple en la escritura. La poesía, en el decir de Menassa, no son versitos, sino una manera fuerte de estar en el mundo. En palabras de Heidegger: “La poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni sólo una pasajera exaltación ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura, y menos aún la mera “expresión” del “alma de la cultura”” (Heidegger 1992).

La perspectiva tradicional que ofrecen las distintas filosofías del lenguaje consideran el lenguaje como una herramienta o incluso como un órgano que el hombre utiliza para expresar sus diferentes estados mentales o como puente para relacionarse con el mundo. Desde este punto de vista, el dualismo mente-cuerpo encuentra aquí una trinchera donde defender sus posiciones. Los estados mentales, la vida intelectual o anímica, pensada independientemente del lenguaje, fomenta la idea del “fantasma en la máquina” que caracteriza el dualismo cartesiano. La reducción del lenguaje a la función y uso de la palabra conduce a los mismos resultados.

Una actitud correspondiente a esta perspectiva es que la filosofía hace equivalente la vida psíquica a la conciencia. Todo lo psíquico es consciente, y todo lo consciente es psíquico. En palabras de Freud: “No puede decirse que esta decisión arroje mucha luz sobre la naturaleza de lo psíquico, porque la concienciación es uno de los hechos fundamentales de nuestra vida y nuestras investigaciones tropiezan con ella y no pueden encontrar un camino detrás. Además, la equiparación de lo que es psíquico con lo que es consciente tuvo el indeseable resultado de divorciar los procesos psíquicos del contexto general de los acontecimientos en el universo y de colocarlos en completo contraste con todos los demás. Pero esto no debería ser así, puesto que no se puede pasar por alto el hecho de que los fenómenos psíquicos dependen en alto grado de influencias somáticas y por su parte tienen los más potentes efectos sobre los procesos corporales. Si alguna vez el pensamiento humano se ha encontrado en un callejón sin salida, es aquí. Para encontrar una salida los filósofos se vieron obligados a suponer que existían procesos orgánicos paralelos a los procesos psíquicos conscientes, relacionados con ellos de un modo difícil de explicar, que actuaban como intermediarios en las relaciones recíprocas entre «cuerpo y mente», lo cual sirvió para reinsertar lo psíquico en la textura de la vida. Pero esta solución resultó insatisfactoria” (Freud 1938).

Y resulta insatisfactoria no sólo porque con la reducción de lo psíquico a la consciencia se nos escapa la complejidad del hombre, sino porque de este modo también se nos escapará la posibilidad de capturar el sentido de lo humano en el lenguaje. Como nos advierte Octavio Paz: “Los especialistas pueden aislar el idioma y convertirlo en objeto. Mas se trata de un ser artificial arrancado a su mundo original ya que, a diferencia de lo que ocurre con los otros objetos de la ciencia, las palabras no viven fuera de nosotros. Nosotros somos su mundo y ellas el nuestro. Para apresar el lenguaje no tenemos más remedio que emplearlo. Las redes de pescar palabras están hechas de palabras. No pretendo negar con esto el valor de los estudios lingüísticos. Pero los descubrimientos de la lingüística no deben hacernos olvidar sus limitaciones: el lenguaje, en su realidad última, se nos escapa. Esa realidad consiste en ser algo indivisible e inseparable del hombre. El lenguaje es una condición de la existencia del hombre y no un objeto, un organismo o un sistema convencional de signos que podemos aceptar o desechar. El estudio del lenguaje, en este sentido, es una de las partes de una ciencia total del hombre” (Paz 1992, p. 31).

Las humanidades, en general, y la filosofía, en particular, parecen dar por supuesto que el hombre nace ya convertido en hombre y de una sola pieza, cuando en realidad el hombre tiene que producirse, tiene que hacerse. El psicoanálisis viene a decir que hasta que no se lleva a cabo la entrada en el lenguaje no podemos hablar todavía del hombre. Por ello es importante distinguir función y uso de la palabra, de lo que es propiamente la adquisición del lenguaje, por cuanto se puede ser sujeto del lenguaje aún antes de llegar a hablar, incluso sin hacer uso de su función.

Recientes investigaciones demuestran que la adquisición del lenguaje por el niño no supone simplemente el aprendizaje de un instrumento, sino que implica su transformación en un sujeto del lenguaje. El proceso de humanización que debe cumplir el cachorro humano para convertirse en hombre será el proceso de simbolización necesario para entrar en el lenguaje. El lenguaje se transforma así en el medio en el cual habrá de habitar. El proceso de humanización que supone la entrada en el lenguaje alterará no sólo sus funciones lingüísticas, sino su propia naturaleza física. El análisis de la función poética y de la escritura nos demuestra que el sujeto humano ha de llevar a cabo esta operación de simbolización permanentemente a lo largo de su vida. El modo en que se realice esta operación determinará, entonces, no sólo su posición en el lenguaje, sino su particular manera de relacionarse con el mundo y con sus otros semejantes.

Esto que resulta complejo de entender puede explicarse mejor con la producción del número natural. Antes de la producción del número natural existía una concepción imaginaria de cantidad y de valor que permitía y regulaba los intercambios comerciales o económicos. Si yo quería cambiar mis productos por otros productos en el mercado, tenía que enseñar con los dedos, con piedras o con palos cuánto estaba dispuesto a dar a cambio de lo que necesitaba. Con la producción del número natural, esta relación imaginaria entre dos clases de objetos reales queda interrumpida por el símbolo numérico que viene a regular en adelante todos los intercambios. En la relación simbólica uno de los objetos reales del intercambio cae o desaparece, ocupando su lugar el símbolo.

Ahora bien, una operación de simbolización semejante tiene que producirse en el niño, cuando al nacer se le pide que se coordine con otro objeto real del cual depende su subsistencia. La relación imaginaria y, por así decirlo, inmediata, que mantiene el niño con su madre, vendrá a ser interrumpida con la presencia del padre. La entrada de esta función paterna será posible cuando la madre haga saber al pequeño que, además de él, existe el mundo, es decir, cuando la madre muestre que tiene otras ocupaciones y otros deseos además del niño: trabajar, amar, estudiar, etc. Es decir, cuando le muestra que sabe conjugar otros verbos diferentes a cuidar de él.

El niño acatará esta interrupción como ley, como ley de interdicción que le habrá de impedir la relación incestuosa con la madre. Esa madre omnipotente que él amaba cae o desaparece, pues se revela incompleta al necesitar del mundo, y su deseo por ella se precipita inconsciente al serle prohibido por la instancia paterna. Dicho brevemente, hablamos de la represión primordial que permite la producción de lo inconsciente en el sujeto.

Esto que he descrito tan a la ligera es lo que se conoce en psicoanálisis como complejo de Edipo. El Edipo es el proceso de hominización que todo cachorro humano debe atravesar para acceder al lenguaje. De este modo el complejo de Edipo no es ni el amor del niño por la madre, ni el odio por el padre, sino que es la relación que todo sujeto tiene con el Lenguaje.

Dicho en términos del poeta O. Paz: “El hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la metáfora original que lo hizo ser otro y lo separó del mundo natural. El hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un lenguaje. Por la palabra, el hombre es una metáfora de sí mismo.” (Paz 1992, 34).

La producción de lo inconsciente coincide con la entrada del sujeto en el lenguaje, por ser el complejo de Edipo la máquina hominizante que le permitirá hacerse sujeto del deseo, sujeto del lenguaje, abandonando su estado inicial de dependencia absoluta del deseo de la madre. En adelante el sujeto quedará dividido en dos instancias: una consciente y otra inconsciente, sin que pueda atravesarse la línea que los divide.

Si no concebimos al sujeto humano como sujeto dividido no podremos comprender el lenguaje y sus producciones, el pensamiento, la creación, los síntomas, los sueños, es decir, todo aquello que hace a la complejidad y a la sutileza del hombre.

La formulación del signo lingüístico por Ferdinand de Saussure, tiene cierta semejanza en tanto que el significante y significado que conforman el signo, están separadas por una barra permeable. Esta separación histórica de la palabra de la cosa que adviene en el momento en que se formula la lingüística estructuralista con la publicación del “Curso de lingüística general” de Saussure en 1905-7, ya había sido anticipada por Freud con su formulación del concepto de inconsciente en “La interpretación de los sueños” en 1900.

La teoría del significante que defiende el psicoanálisis sostiene que la barra que separa el significante del significado es impermeable. La teoría del lenguaje que en general se tiene es aquella en la que a la palabra siempre le sigue su imagen. Es decir, cuando digo la palabra “árbol”, estoy acostumbrado a ver debajo de la palabra “árbol”, un árbol. Es una teoría del lenguaje donde lo que separa el significante de su significado, es permeable. Cuando pronuncio la palabra “árbol”, caigo en la imagen de un árbol.

La teoría del lenguaje que utiliza el psicoanálisis es una teoría donde la barra que separa el significante del significado, no es permeable. Que debajo de cualquier palabra que pronuncie, jamás encontraremos el significado, sino que el significado, la significación, se va a encontrar en la unión de significantes. Cuando yo aprendo las palabras, no las aprendo bajo ningún tipo de regla, es decir, que para el inconsciente, metáfora de cualquier palabra puede ser, cualquier palabra. El lugar donde la barra que separa la palabra de lo que significa, es permeable, es en el campo de la conciencia. Esa barra en el inconsciente es impermeable (Menassa, 1990b).

“La esencia del lenguaje es simbólica porque consiste en representar un elemento de la realidad por otro, según ocurre con las metáforas. La ciencia verifica una creencia común a todos los poetas de todos los tiempos: el lenguaje es poesía en estado natural. Cada palabra o grupo de palabras es una metáfora. Y asimismo es un instrumento mágico, esto es, algo susceptible de cambiarse en otra cosa y de trasmutar aquello que toca: la palabra pan, tocada por la palabra sol, se vuelve efectivamente un astro; y el sol, a su vez, se vuelve un alimento luminoso. La palabra es un símbolo que emite símbolos” (Paz 1992, p. 34).

Lo que aquí nos está diciendo el poeta es que la “magia” de la poesía, que es envidiada por todas las demás formas de escritura, incluida la ciencia, es su capacidad de unir cualquier palabra a cualquier otra. Esta libertad y este riesgo es lo que caracteriza a lo auténticamente poético: la posibilidad de combinar cualquier palabra con cualquier palabra.

La teoría del lenguaje de la lingüística estructural, en la que la barra entre significante y significado es permeable, no sirve para explicar la Represión en psicoanálisis, porque lo que no deja pasar la significación entre significante y significado, es la barra de la represión, es decir, que lo que no permite encontrarme con lo que significa lo que hablo, es lo real, es el espacio de lo real. Siempre opaco, siempre diferente.

Hay algo en la palabra por sí misma, que le da a cualquier palabra la posibilidad de sugerir otro sentido, en tanto, no podemos con ninguna palabra capturar el objeto que nombramos. Porque lo que verdaderamente distingue al lenguaje es el diálogo que mantienen las palabras entre sí. El sujeto sin saberlo dice más de lo que habla: “cada vez que pronunciamos una nueva palabra adviene en nosotros un nuevo sentido, aunque no lo sepamos. Porque la poesía es la que legisla ese saber y ese no saber” (Menassa 1990a).

Para aproximarnos a lo que es la función poética y el acto creativo de la escritura, oigamos lo que responde Schiller a un amigo que le pedía consejo para superar sus dificultades creativas. «El motivo de tus quejas reside, a mi juicio, en la coerción que tu razón ejerce sobre tus facultades imaginativas. Expresaré mi pensamiento por medio de una comparación plástica. No parece ser provechoso para la obra creadora del alma el que la razón examine demasiado penetrantemente, y en el mismo momento en que llegan ante la puerta las ideas que van acudiendo. Aisladamente considerada, puede una idea ser harto insignificante o aventurada, pero es posible que otra posterior le haga adquirir importancia, o que uniéndose a otras, tan insulsas como ella, forme un conjunto nada despreciable. La razón no podrá juzgar nada de esto si no retiene las ideas hasta poder contemplarlas unidas a las posteriormente surgidas.

En los cerebros creadores sospecho que la razón ha retirado su vigilancia de las puertas de entrada, deja que las ideas se precipiten pêle-mêle al interior, y entonces es cuando advierte y examina el considerable montón que han formado. Vosotros, los señores críticos, o como queráis llamaros, os avergonzáis o asustáis del desvarío propio de todo creador original, cuya mayor o menor duración distingue al artista pensador del soñador. De aquí la esterilidad de que os quejáis. Rechazáis demasiado pronto las ideas y las seleccionáis con excesiva severidad.»

Las palabras, según las indicaciones del poeta, se quedan sin contenido y nada quieren decir por sí solas; sólo en la concatenación significante, es decir, sólo en la asociación libre y en la combinación con otras palabras, obtendrán algún sentido.

“El hombre no tiene del inconsciente sino sus efectos, ya que su inconsciente no está en él, sino en la palabra de otro. Palabra que no lleva debajo su imagen iconográficamente representada, sino que lleva debajo otra palabra, que tampoco sabe nada de ella, sino en la reunión con otras palabras.

Cadena significante, donde el sujeto es, no lo que recorre la cadena, sino el que con su propia vida como sujeto, la funda. Y sé que nunca sabré el significado de las palabras que pronuncié, si no soy capaz, si no me atrevo a pronunciar otra palabra y otra y aún otra más, porque como humano debo saber que, para lo humano, no hay ultimo sentido” (Menassa 1990b).

La función poética es lo mismo que el inconsciente. La producción de un poema es similar a la de un sueño. Son producciones inconscientes. Uno de los grandes poetas que buscó este camino, Octavio Paz, considera la poesía como el camino del conocimiento. Por eso decimos que la poesía es mucho más que una colección de versos. Es un instrumento de conocimiento de precisión.

Decir que después del poema todo será diferente, quiere decir que ha habido función poética. Es por la poesía, por la función poética, que entramos al reino del lenguaje, por la más inocente de las tareas se entra al más peligroso de los bienes (Díez Cuesta 2005).

Césare Pavese decía que el poeta era el primero que se sorprendía con lo que había escrito, con lo que había producido: “De repente hay en mis manos cosas que no soy yo” dice un poema de Menassa. “El sujeto que escribe ya no depende ni de sus vínculos sociales, ni de sus vínculos sexuales, sino que depende de un sistema otro, la escritura, que tiene una historia particular que no es ni la del sujeto social ni la del sujeto psíquico” (Menassa 1990b).

“Aunque el poeta crea que se vale de su propia vida para escribir, su vida no es otra cosa que una materia prima, como la madera con la cual, aplicando instrumentos de trabajo, se fabricó una mesa que no estaba en la madera. El poema no estaba en la vida del poeta, sino que su vida funcionó como materia prima, como materia natural… El problema que planteo es que escribir siempre es un trabajo; sólo que me doy cuenta de que los instrumentos que creía conscientes y racionales en realidad son inconscientes” (Menassa 1990a).

Las humanidades han sido transformadas toda vez que el hombre que conocíamos, el hombre del que daban cuenta las distintas disciplinas conocidas como “Humanidades”, ha sido subvertido. El psicoanálisis subvierte todas las categorías en las que el hombre se ha organizado hasta ahora, pero principalmente la categoría central de la consciencia. Es hora ya que las humanidades hagan suya la revolución copernicana que en el estudio de lo humano se produjo con la aparición del concepto de inconsciente. La descentralización que sufrió la vida psíquica humana con la producción de lo inconsciente, hizo de la conciencia un sentido más: tan eficaz y tan falible como los demás. Esta descentralización vino a decirle al hombre que ya no era más el amo de su propia casa. Que la categoría de conciencia con la que pensaba al hombre había sido desplazada, dejando su lugar a lo inconsciente. La luz que arroja la conciencia sobre las grandes problemáticas de lo humano: el lenguaje, la sexualidad, la creación, el pensamiento, es demasiado débil y gira alrededor de un círculo muy estrecho que hace volver a la filosofía una y otra vez sobre sus pasos, sin encontrar solución a sus preguntas.

Su situación recuerda a la de ese simpático bebedor que, en la noche y de camino a casa, pierde sus llaves y las busca alrededor de una farola. Interrogado por un vigilante sobre el lugar en donde las ha perdido, el infeliz señala un callejón oscuro. “Pero ¿y por qué las está buscando aquí?”, le pregunta el sorprendido vigilante, “Porque aquí hay luz”, responde el borracho con ingenuidad.

La Revolución Copernicana vino a decirnos que aquello que percibíamos, que lo que nuestros sentidos nos enseñaban como cierto, era falso y cuestionable. Sin embargo, en grandes espacios de la filosofía, como por ejemplo la filosofía del lenguaje, el antiguo aristotelismo sigue triunfando, en contra de la novedad que trajo la ciencia. El pálido cientificismo con que le gusta disfrazarse todavía esconde una sórdida resistencia a la simbolización que todo pensamiento debe padecer para transformarse y abandonar el cambiante orden de la opinión y de las percepciones.

Así las cosas tendríamos que preguntarnos ¿cómo se puede equiparar una disciplina precopernicana, una disciplina ptolemaica, por decirlo así, con otras disciplinas científicas que han pasado ya por la herida narcisística que supone la Revolución Copernicana? ¿Cómo puede la filosofía ocupar su lugar en el mundo actual, si no pude dialogar con las ciencias?

No se puede terminar con la filosofía, como no se puede acabar con la ideología, porque la filosofía es el modo de vivir de los hombres. Pero ocurre que muchas veces seguimos viviendo una realidad que en los libros ya se ha transformado. El hombre actual vive con una moral y con unos dioses que en los grandes libros ya han muerto. Es por eso que la filosofía debe subvertir su modo de pensar, aceptando la novedad que la poesía y el psicoanálisis le proponen. Como dice Menassa, el psicoanálisis será la ciencia piloto para la redefinición de la filosofía.

Referencias bibliográficas

Díez Cuesta, A. (2205): “Ser viejo, como ser rico, le dije”, en Extensión Universitaria, Revista de Psicoanálisis Nº 81.

Freud, S. (1900): La interpretación de los sueños, Obras completas. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, vol. I.

Freud, S. (1907): El poeta y la fantasía, Obras completas. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.

Freud, S. (1907): Algunas lecciones elementales de psicoanálisis. La naturaleza de los psíquico, Obras completas. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, vol. III.

Heidegger, M. (1992): “Hölderlin y la esencia de la poesía”, en Arte y Poesía, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Menassa, M.O. (1990a): “”Psicoanálisis y Poesía. Acerca de la escritura. Zaragoza 1990” Poesía y Psicoanálisis (1971-1991). 20 años de la historia del Grupo Cero. Madrid: Editorial Grupo Cero.

Menassa, M.O. (1990b): Freud y Lacan –hablados 1–. Madrid: Editorial Grupo Cero.

Menassa, M.O. (2000): “Poesía y Psicoanálisis. Santander 1990”, en Freud y Lacan –hablados 2–. Madrid: Editorial Grupo Cero.

Paz, O. (1992): “El lenguaje”, en El arco y la lira. El poema. La revelación poética. Poesía e historia. México: Fondo de Cultura Económica.

Saussure, F. de (1980): Curso de lingüística general. Buenos Aires: Editorial Losada.

Ruy J. Henríquez Garrido
Psicoanalista
Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero

Dpto. de Lógica y Filosofía de la Ciencia
Facultad de Filosofía
Universidad Complutense de Madrid
ruyhenriquez@filos.ucm.es

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