Poesía y psicoanálisis – John Milton (II)

Gustave Courbet, Sunset on Lake Leman. 1874

Gustave Courbet, Sunset on Lake Leman. 1874

«Oh Príncipe, jefe de entronizadas
Potestades, que llevaste a la guerra
Y en orden de batalla a serafines
Bajo tu mando, y en osadas proezas
Y temibles, peligrar hiciste al Rey
Perpetuo de los Cielos, desafiando
Su alta supremacía, conseguida
Por la fuerza, la suerte o el destino.
Demasiado bien veo y me lamento
De este horrible suceso, que mediante un
Derrocamiento aciago y una injusta
Derrota nos ha hecho perder el Cielo,
Y todas estas huestes poderosas
Así yacen, en destrucción horrenda
Aniquiladas, hasta el punto en que
Las celestes esencias y los dioses
Pueden serlo; pues la mente y el espíritu
Permanecen invencibles, y el vigor
Pronto vuelve, por más que nuestra gloria,
Extinta con nuestro feliz estado,
En eterna desdicha se haya hundido.
Pero ¿y si nuestro Vencedor (a quien
Ahora creo de hecho omnipotente,
Ya que nadie como él podido hubiera
Nuestras fuerzas destruir) nos ha dejado
El espíritu y el vigor enteros
Para sufrir y aguantar más las penas,
Y así colmar su ira vengativa,
O hacerle más servicio como esclavos
De guerra, cualquiera su intención fuera,
Aquí en el centro del Infierno, en llamas
Trabajando o cumpliendo sus mandatos
En la profundidad más tenebrosa?
¿De qué valdrá que íntegro sintamos
Nuestro vigor o nuestro ser eterno
Para sufrir un eterno castigo?»

John Milton
El paraíso perdido, ver. 120-150

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Poesía y psicoanálisis – John Milton (I)

Marc Chagall, Adam and Eve Expelled from Paradise. 1967

Marc Chagall, Adam and Eve Expelled from Paradise. 1967

EL PARAÍSO PERDIDO

“Si eres aquél… ¡Cuán caído y diferente
Te ves de aquél que, en los felices reinos
De la luz, y con trascendente brillo,
Eclipsaba a ángeles a millares
Por más que esplendorosos!… Si eres aquél
Que en mutua alianza, consejo y pensamiento
Unidos, esperanza y riesgo iguales,
En la gloriosa empresa te juntaste
Conmigo aquella vez, el infortunio
Ahora en igual ruina nos enlaza;
En qué abismo caímos de la altura,
Ya lo ves, tanto más poderoso
Él demostró que era con su rayo,
Y hasta entonces ¿quién conocer podía
La fuerza de aquellas terribles armas?
Con todo, ni por ellas ni por cuanto
El fuerte Vencedor pueda infligirnos
Con su ira me arrepiento yo ni cambio,
Aunque haya cambiado el lustre externo,
Aquel firme propósito y altivo
Desdén, sensible al mérito ofendido,
Que a contender con Dios me levantó,
Arrastrando hacia la feroz batalla
Un incontable ejército de espíritus
Que a despreciar su reino se atrevieron,
Y a mí me prefirieron y enfrentaron
Con adverso poder al del más alto
En incierto combate en las llanuras
Del Cielo, y su trono sacudieron.
¿Qué importa que el combate se perdiera?
No todo se ha perdido; la indomable
Voluntad y las ansias de venganza,
El odio inmortal, el valor firme
Que nunca es sometido ni se rinde
¿En qué consiste, pues, no ser vencido?
Esta gloria jamás su ira y potencia
Arrancarán de mí. Doblarme y suplicar
Su gracia de rodillas ensalzado
El poder del que el terror de este brazo
Poco ha puso en peligro su imperio.
Sería humillación, una ignominia
Y vergüenza peor que esta caída;
Ya que por sino ni el poder de dioses
Ni esta empírea substancia fallar puede;
Ya que con la experiencia de este encuentro,
En armas no inferiores y teniendo
Más previsión y una mayor confianza
Podemos sostener con fuerza o fraude
Una eterna, irreconciliable guerra
Contra nuestro Enemigo que hoy triunfante
En exceso de dicha, reina solo
Y detenta la tiranía del Cielo.”

John Milton
El Paraíso perdido, ver. 80-130

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