LOS IDEALES

Jane Muus, "Traesnit" 27 x 18 cm
Jane Muus, «Traesnit» 27 x 18 cm

LOS IDEALES

¿Quieres pues, desleal, de mí apartarte
con tus encantadoras fantasías,
con tus dolores, con tus alegrías,
con todo, huir inexorablemente?
¿Nada en la huida detenerte puede,
¡oh, tú!, edad dorada de mi vida?
Inútil es, tus ondas presurosas
ya de la eternidad al mar descienden.

Se apagaron los soles placenteros
que alumbraron mi senda juvenil,
y deshechos están los ideales
que otrora el ebrio corazón henchían,
ella perdióse al fin, la dulce fe
en seres que mi ensueño hizo nacer,
de la hostil realidad volvióse presa
lo que divino y bello una vez fue.

Como un día con ansias vehementes
Pigmalión a la piedra se abrazaba
hasta que ardiente en las mejillas frías
de mármol derramóse el sentimiento,
así con amoroso abrazo uníme
a la naturaleza, con placer
juvenil hasta que empezó a alentar
y a templar en mi pecho de poeta,
y al compartir mis férvidos impulsos
un lenguaje encontró la que era muda,
el beso devolvióme del amor
y de mi corazón oyó el latido;
árbol y rosa para mí vivían,
plateadas fuentes para mí cantaban,
y hasta lo inanimado percibía,
el eco claro de mi palpitar.

Dilató con impulso poderoso
un todo parturiento el pecho angosto,
para salir de sí hacia la vida
con imagen y son, palabra y obra.
Qué grande era este mundo por su forma
cuando aún el capullo lo ocultaba,
pero qué poco ¡ay! se ha descubierto,
y este poco, qué pobre y qué pequeño.

Cómo saltó en las alas de su arrojo,
dichoso en la quimera de su sueño,
aún no sujeto por cuidado alguno,
el joven, al camino de la vida.
Hasta el astro más pálido del éter
de sus planes el vuelo levantólo,
nada tan alto, tan lejano había,
adonde con sus alas no llegase.

¡Qué fácil hasta allá llevado era!
Para el feliz, ¡qué había de agobiante!
¡Cómo el ligero séquito danzaba
delante del carruaje de la vida!
¡El amor con la dulce recompensa,
con su guirnalda de oro la ventura,
la claridad con su estelar corona,
y la verdad en el fulgor solar!

Mas, ¡ay! ya en el comedio del camino
desorientáronse los compañeros,
sus pasos apartaron, desleales,
y así fueron cediendo uno tras otro.
Volando la ventura huyó ligera,
el afán de saber quedó sediento,
de la duda ciñeron nubes hoscas
la figura solar de la verdad.

Las sagradas coronas de la gloria
en la frente vulgar vi profanadas,
¡ay!, muy pronto, tras corta primavera,
el tiempo bello del amor huyó.
Y siempre más silencio y siempre más
abandono por la fragosa senda,
apenas si encendía una vislumbre
en la lóbrega vía la esperanza.

De todo aquel cortejo alborozado,
¿quién junto a mí permaneció amoroso?
¿Quién, a mi lado aún, me da consuelo,
y hasta la lóbrega mansión me sigue?
Tú, la que sanas todas las heridas,
de la amistad, callada y tierna mano,
partes cordial las cargas de la vida,
tú, la que pronto di en buscar y hallé,

y tú, que bien con ella te emparejas,
la que del alma aleja la tormenta,
Ocupación, la que jamás se cansa,
la que, lenta al crear, jamás destruye,
que para edificar eternidades
si alza de arena un grano sobre otro,
también de la gran deuda de los tiempos,
minutos, días, años va borrando.

Friedrich Schiller

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RENUNCIAMIENTO. Una fantasía

Yo también en la Arcadia al mundo vine,
también a mí natura
junto a la cuna dicha me juró;
yo también en la Arcadia al mundo vine,
la breve primavera empero, sólo lágrimas me dio.

En esta vida Mayo sólo una vez florece,
y para mí se marchitó.
El silencioso dios –llorad hermanos míos–
el silencioso dios hunde mi tea
y toda esta apariencia se disipa.

Ya estoy sobre tu puente pavoroso,
de los espíritus augusta madre: Eternidad.
Recibe mi poder para la dicha,
te lo devuelvo sin haberlo usado,
mi curso terminó. No sé de gozo alguno.

Ante tu trono hago valer mi queja,
oculta justiciera.
Corría en aquel astro un bello cuento,
que tu reinas aquí, con tu balanza recta
y que te llamas “Remuneradora”.

Aquí, dicen, terror aguarda al malo,
al probo la alegría,
que correrás del corazón los velos,
que de la providencia me dirás el misterio
y cuentas saldarás con el que sufre.

Que encuentra aquí su patria el desterrado,
y acaba para el mártir su camino de espinas.
Un ser divino, a quien Verdad llamaban,
que los más evitaban y pocos conocían,
de mi vida las rápidas riendas sujetó.

“Te pagaré en la vida venidera,
¡dame tu juventud!
Solo esta letra a cambio puedo darte.”
Tomé la letra para la otra vida
y de mi juventud los gozos le entregué.

“Y dame la mujer, tan cara a tus entrañas,
entrégame a tu Laura.
Más allá de las tumbas dan lucro los dolores.”
Me la arranqué sangrando del corazón herido
y a viva voz llorando se la di.

[“El tiempo ves volar hacia esa orilla,
la lozana natura
tras él postrada queda, tal un cadáver, yerta.
Cuando el cielo y la tierra se derrumben
verás que el juramento se cumplió.”]

“Sí, sí, los muertos cobrarán la deuda”,
rió burlón el mundo,
“la embustera, por déspotas pagada,
a trueque de verdad te ofreció sombras,
pues ya no existes al disiparse esta apariencia.”

Mofóse de los cínicos la impía muchedumbre:
“¿Ante un delirio sólo por rancio consagrado
te estremeces?” ¿Qué son esos tus dioses,
de un mundo enfermo médicos fingidos con astucia,
que presta a la penuria de los hombres la burla humana?

Simple embeleco, inanes sabandijas
autorizadas por el poderoso,
temible fuego ardiendo en altas torres
para embestir del soñador la fantasía,
allí donde echa humo la tea de la ley.

¿Qué es aquel futuro que nos tapan las tumbas?
¿La eternidad, con que presumes necio?
Augusta sólo porque arteros velos la cubren,
la sombra inmensa de nuestros terrores
en el espejo vano de las ansias;

esa imagen mendaz de figuras vivientes,
la momia del tiempo,
por el espíritu balsámico de la esperanza
conservada en las frías moradas de la muerte,
¿llama eso, tu fiebre, “eternidad”?

¿Por esperanzas falsas –corrupción las castiga–
volvístele la espalda a bienes ciertos?
Ha seis mil años que la muerte calla,
¿subió jamás un muerto de la fosa
que de la Remuneradora hablase?

El tiempo hacia tu orilla vi volar,
lozana la natura
quedó tras él postrada, tal un cadáver, yerta;
ningún muerto subió desde su fosa
y firme en el divino juramento confié.

Por ti sacrifiqué mis alegrías todas,
ante tu justo trono ahora me postro.
De la turba la mofa resuelto desprecié,
solo tus bienes he reverenciado;
oh Remuneradora, reclamo mi salario.

“Amo a mis hijos con parejo amor”,
un numen invisible exclamó entonces.
“Dos flores”, exclamó, “–oíd vosotros, hombres–
dos flores para el sabio que las halla florecen,
Placer se llaman, y Esperanza.

Quien de esas flores una corta,
rechaza a la otra hermana.
Disfrute quien creer no puede. La doctrina
eterna es como el mundo. Quien creer puede, que renuncie.
La historia Universal es el juicio final.

Has confiado, pagósete el salario;
tu fe la dicha fue que te acordaron.
A tus sabios pudiste preguntarles,
cuanto de la ocasión uno rehúsa
eternidad ninguna lo devuelve. –

Friedrich Schiller

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SOBRE EL ÉXITO DE LA TERAPIA EN EL INDIVIDUO Y EN LA COLECTIVIDAD / S. Freud

Georges Rorris
Georges Rorris

Sabéis muy bien que las psiconeurosis son satisfacciones sustitutivas deformadas de instintos cuya existencia tiene que ocultar el sujeto a los demás e incluso a su propia conciencia. La existencia de las psiconeurosis reposa en esta deformación y este desconocimiento. Con la solución del enigma por ellas planteado y la aceptación de la misma por el enfermo, quedan incapacitados para subsistir estos estados patológicos. En Medicina no hay apenas nada semejante. Solo en las fábulas se nos habla de espíritus malignos cuyo poder queda roto en cuanto alguien averigua y pronuncia su nombre secreto.

Si sustituís ahora el individuo enfermo por la sociedad entera, compuesta de personas sanas y enfermas, y la curación individual por la aceptación general de nuestras afirmaciones, bastará una breve reflexión para haceros ver que semejante sustitución no varía en nada el resultado. El éxito que la terapia pueda obtener en el individuo habrá de obtenerlo igualmente en la colectividad. Los enfermos no podrán ya exteriorizar sus diversas neurosis -su exagerada ternura angustiada, destinada a encubrir el odio; su agorafobia, que delata su ambición defraudada; sus actos obsesivos, que representan reproches y medidas de seguridad contra sus propios propósitos malignos «en cuanto sepan que todos los demás, familiares o extraños, a los cuales quieren ocultar sus procesos anímicos, conocen perfectamente el sentido general de los síntomas y advierten que sus fenómenos patológicos pueden ser interpretados en el acto por todos. Pero el efecto no se limitaría a esta ocultación de los síntomas -imposible, además, a veces», pues la necesidad de ocultarlos quita toda razón de ser a la enfermedad. La comunicación del secreto ha atacado la «ecuación etiológica», de la cual surgen las neurosis, en su punto más vital; ha hecho ilusoria la «ventaja de la enfermedad», y en consecuencia, el resultado final de la modificación introducida por la indiscreción del médico no puede ser más que la desaparición de la enfermedad.

Si esta esperanza os pareciera utópica, deberéis recordar que por este camino se viene consiguiendo realmente la supresión de fenómenos neuróticos, si bien sea en casos individuales. Pensad cuán frecuente era en épocas pasadas, entre las muchachas campesinas, la alucinación, consistente en ver aparecerse a la Virgen María. Mientras semejantes apariciones tuvieron por consecuencia la afluencia de devotos al lugar de la visión, o incluso la erección de una capilla conmemorativa, el estado visionario de tales muchachas permaneció inasequible a toda influencia. Hoy, hasta la Iglesia misma ha modificado su actitud ante estas apariciones; permite que el médico y el gendarme visiten a la visionaria, y la Virgen se aparece mucho menos. O dejadme estudiar aquí con vosotros los mismos procesos que antes he proyectado en lo futuro, en una situación análoga, pero más vulgar y, por tanto, más visible. Suponed que un grupo de señoras y caballeros de la buena sociedad ha planeado una excursión a un parador campestre. Las señoras han convenido entre sí que cuando alguna de ellas se vea precisada a satisfacer una necesidad natural, dirá que va a coger flores. Pero uno de los caballeros sorprende el secreto, y en el programa impreso que han acordado repartir a los partícipes de la excursión incluye el siguiente aviso: «Cuando alguna señora necesite permanecer sola unos momentos, podrá avisarlo a los demás diciendo que va a coger flores.» Naturalmente, ninguna de las excursionistas empleará ya la florida metáfora. ¿Cuál será la consecuencia? Que las señoras confesarán sin falso pudor, en el momento dado, sus necesidades naturales, y los caballeros no lo extrañarán lo más mínimo. Volvamos ahora a nuestro caso más serio. Un gran número de individuos, situados ante conflictos cuya solución se les hacía demasiado difícil, se han refugiado en la enfermedad, alcanzando con ella ventajas innegables, aunque demasiado caras a la larga. ¿Qué habrán de hacer estos hombres cuando las indiscretas revelaciones del psicoanálisis les impida la fuga, cerrándoles el camino de la enfermedad? Tendrán que conducirse honradamente, reconocer los instintos en ellos dominantes, afrontar el conflicto y combatir o renunciar sus deseos; y la tolerancia de la sociedad, consecuencia de la ilustración psicoanalítica, les prestará su apoyo.

Sigmund Freud
El porvenir de la terapia psicoanalítica (1910)

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LO QUE ESPERAMOS / O. Girondo

Charley Toorop, “Comida con amigos” (1921)

LO QUE ESPERAMOS

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de diamantes, de caviar,
de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la seña, no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad,
de bosta.

Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces…
¡Ah! ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía,
guardemos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que hace siglos
esperamos en vano.

OLIVERIO GIRONDO
“Persuasión de los días” 1942

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EL JOVEN A SUS JUICIOSOS CONSEJEROS

Edvard Munch, Man and Woman
Edvard Munch, Man and Woman I. 40 x 54 cm. Woodcut on board

EL JOVEN A SUS JUICIOSOS CONSEJEROS

¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Qué domine
este amor ardiente y gozoso, este impulso
hacia la verdad suprema? ¿Qué cante
mi canto del cisne al borde del sepulcro
donde os complacéis en encerrarnos vivos?
¡Perdonadme!, mas no obstante
el poderoso impulso que lo arrastra
el oleaje surgente de la vida
hierve impaciente en su angosto lecho
hasta el día en que descansar! en su mar natal.

La viña desdeña los frescos valles,
los afortunados jardines de la Hesperia
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago
que penetra como flecha el corazón de la tierra.
¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate?

La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que nos inflama.
El sublime genio que nos llega del Éter
no nació para el yugo.
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade
arrastra por un momento al nadador,
que muy pronto emerge, su cabeza ceñida de luces.

¡Renunciad al placer de rebajar lo grande!
¡No habléis de vuestra felicidad!
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla!
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo!
¡No intentéis detener los corceles del sol
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto!
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta,
no pretendáis que sirva a los esclavos!

Y si no podéis soportar la hermosura,
hacedle una guerra abierta, eficaz.
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado,
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos.
¡Cuántos habéis logrado someter
al imperio de la necesidad! ¿Cuántas veces
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza
para las iluminadas orillas del Oriente!

Es inútil: esta época estéril no me detendrá.
Mi siglo es para mí un azote.
Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo.
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos,
celebrad la labor del hombre, e insultadme.
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere,
la bella, la viva Naturaleza.

Friedrich Hölderlin
Poemas de juventud, 1789-1794

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RESULTADOS, NO CAUSAS / J. Steinbeck

Jean-François Millet, Las espigadoras, 1857.

Jean-François Millet, Las espigadoras, 1857.

“La tierra del oeste, nerviosa ante el cambio que se avecina. Los estados del oeste, nerviosos igual que los caballos antes de la tormenta. Los grandes propietarios, nerviosos, sintiendo el cambio, pero sin saber nada acerca de su naturaleza. Los grandes propietarios, dirigiendo sus esfuerzos contra lo inmediato, el gobierno en expansión, la creciente unidad de los trabajadores; atacando los nuevos impuestos, los proyectos; sin darse cuenta de estas cosas son resultados y no causas. Resultados, no causas; resultados, no causas. Las causas yacen en lo más hondo y son sencillas: las causas son el hambre en un estómago, multiplicado por un millón; el hambre de una sola alma, hambre de felicidad y un poco de seguridad, multiplicada por un millón; músculos y mente pugnando por crecer, trabajar, crear, multiplicado por un millón. La función última del hombre, clara y definitiva: músculos que buscan trabajar, mentes que pugnan por crear algo más allá de la mera necesidad: esto es el hombre. Levantar un muro, construir una casa, una presa y dejar en el muro, en la casa y la presa algo de la esencia misma del hombre y tomar para esta esencia algo del muro, la casa, la presa; músculos endurecidos por el trabajo, mentes ensanchadas por la asimilación de líneas nítidas y formas que fueron parte de la concepción de la obra. Porque el hombre, a diferencia de cualquier ser orgánico o inorgánico del universo, crece más allá de su trabajo, sube los peldaños de sus conceptos, emerge por encima de sus logros.”

(…)

“Si tú, que posees las cosas que la gente debe tener, pudieras entenderlo, te podrías proteger. Si fueras capaz de separar causas de resultados, si pudieras entender que Paine, Marx, Jefferson, Lenin, fueron resultados, no causas, podrías sobrevivir. Pero no lo puedes saber. Porque el ser propietario te deja congelado para siempre en el «yo» y te separa para siempre del «nosotros».”

John Steinbeck, Las uvas de la ira

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EL LAUREL / Hölderlin

Anthony Cudahy, "rough curve", oil on canvas, 36″ x 48″, 2015

Anthony Cudahy, «rough curve», oil on canvas, 36″ x 48″, 2015

EL LAUREL

¡No, no me resignaré! Avanzar siempre
como un niño, como un prisionero,
a pequeños pasos medidos por anticipado,
día tras día. ¡No, nunca me resignaré!

¿Tal es el destino del hombre? ¿Mi destino? ¡No!
Al laurel aspiro. No me tienta el reposo,
mas el peligro suscita las fuerzas del hombre
y el dolor hincha el pecho de los jóvenes.

¿Qué soy para ti, qué soy yo, patria mía?
Un débil, un enfermo a quien su madre
con una tonada triste, desesperada,
acuna entre sus pacientes brazos.

Nunca busqué consuelo en el fondo de brillantes copas
ni en la mirada de una sonriente coqueta.
¿Debe abatirme para siempre una pena
o matarme un furioso deseo?

¿De qué sirve el cordial apretón de manos
y la dulce acogida del alma en primavera?
¿Para qué la sombra de los robles,
la viña en flor, el aroma del tilo?

Juro, por la antigua Mana, no beber jamás
del cáliz del gozo, no obstante su seductor destello,
hasta el día en que haga una obra de hombre
y conquiste entonces mi primer laurel.

¡Grave promesa! que a mis ojos llena de lágrimas.
¡Feliz seré, de mantenerla! Pues así,
criaturas de alborozo, también a mí me oiréis gritar de gozo.
Y entonces, oh Naturaleza, de tu sonrisa haré mi júbilo.

Friedrich Hölderlin

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LA SOCIEDAD Y EL FENÓMENO DEL PÁNICO / S. Freud

it's over | Akuma Aizawa

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El fenómeno del pánico, observable en las masas militares con mayor claridad que en ninguna otra formación colectiva, nos demuestra también que la esencia de una multitud consiste en los lazos libidinosos existentes en ella. El pánico se produce cuando tal multitud comienza a disgregarse y se caracteriza por el hecho de que las órdenes de los jefes dejan de ser obedecidas, no cuidándose ya cada individuo sino de sí mismo, sin atender para nada a los demás. Rotos así los lazos recíprocos, surge un miedo inmenso e insensato. Naturalmente, se nos objetará aquí que invertimos el orden de los fenómenos y que es el miedo el que, al crecer desmesuradamente, se impone a toda clase de lazos y consideraciones. Mac Dougall ha llegado incluso a utilizar el caso del pánico (aunque no del militar) como ejemplo modelo de su teoría de la intensificación de los afectos por contagio (primary induction). Pero esta explicación racionalista es absolutamente insatisfactoria, pues lo que se trata de explicar es precisamente por qué el miedo ha llegado a tomar proporciones tan gigantescas.

Ello no puede atribuirse a la magnitud del peligro, pues el mismo Ejército, que en un momento dado sucumbe al pánico, puede haber arrostrado impávido, en otras ocasiones semejantes, peligros mucho mayores, y la esencia del pánico está precisamente en carecer de relación con el peligro que amenaza y desencadenarse, a veces, por causas insignificantes. Cuando el individuo integrado en una masa en la que ha surgido el pánico comienza a no pensar más que en sí mismo, demuestra con ello haberse dado cuenta del desgarramiento de los lazos afectivos que hasta entonces disminuían a sus ojos el peligro. Ahora que se encuentra ya aislado ante él, tiene que estimarlo mayor. Resulta, pues, que el miedo al pánico presupone el relajamiento de la estructura libidinosa de la masa y constituye una justificada reacción al mismo, siendo errónea la hipótesis contraria de que los lazos libidinosos de la masa quedan destruidos por el miedo ante el peligro.

Estas observaciones no contradicen la afirmación de que el miedo colectivo crece hasta adquirir inmensas proporciones bajo la influencia de la inducción (contagio). Esta teoría de Mac Dougall resulta exacta en aquellos casos en los que el peligro es realmente grande y no existen en la masa sólidos lazos afectivos, circunstancias que se dan, por ejemplo, cuando en un teatro o una sala de reuniones estalla un incendio. Pero el caso más instructivo y mejor adaptado a nuestros fines es el de un Cuerpo de Ejército invadido por el pánico ante un peligro que no supera la medida ordinaria y que ha sido afrontado otras veces con perfecta serenidad. Por cierto que la palabra «pánico» no posee una determinación precisa e inequívoca. A veces se emplea para designar el miedo colectivo, otras es aplicada al miedo individual, cuando el mismo supera toda medida, y otras, por último, parece reservada a aquellos casos en los que la explosión del miedo no se muestra justificada por las circunstancias. Dándole el sentido de «miedo colectivo», podremos establecer una amplia analogía. El miedo del individuo puede ser provocado por la magnitud del peligro o por la ruptura de lazos afectivos (localizaciones de la libido). Este último caso es el de la angustia neurótica. Del mismo modo se produce el pánico por la intensificación del peligro que a todos amenaza o por la ruptura que los lazos afectivos que garantizaban la cohesión de la masa, y en este último caso, la angustia colectiva presenta múltiples analogías con la angustia neurótica.

Viendo, como Mac Dougall, en el pánico una de las manifestaciones más características del group mind, se llega a la paradoja de que esta alma colectiva se disolvería por sí misma en una de sus exteriorizaciones más evidentes, pues es indudable que el pánico significa la disgregación de la multitud, teniendo, por consecuencia, la cesación de todas las consideraciones que antes se guardaban recíprocamente los miembros de la misma. La causa típica de la explosión de un pánico es muy análoga a la que nos ofrece Nestroy en su parodia del drama Judith y Holofernes, de Hebbel. En esta parodia grita un guerrero: «El jefe ha perdido la cabeza», y todos los asirios emprenden la fuga. Sin que el peligro aumente, basta la pérdida del jefe -en cualquier sentido- para que surja el pánico. Con el lazo que los ligaba al jefe desaparecen generalmente los que ligaban a los individuos entre sí, y la masa se pulveriza como un frasquito boloñés al que se le rompe la punta.

Sigmund Freud

Psicología de las masas y análisis del yo / 1920-1

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UNA APROXIMACIÓN DEMASIADO ÍNTIMA A LOS DEMÁS / S. Freud

Alex Beck, "Unit", 36 x 36 inches

Alex Beck, «Unit», 36 x 36 inches

Intentaremos representarnos cómo se comportan los hombres mutuamente desde el punto de vista afectivo. Según la célebre parábola de los puercoespines ateridos (Schopenhauer: Parenga und Paralipomena, 2ª parte, XXXI, «Gleichnisse und Parabeln»), ningún hombre soporta una aproximación demasiado íntima a los demás. «En un crudo día invernal, los puercoespines de una manada se apretaron unos contra otros para prestarse mutuo calor. Pero al hacerlo así se hirieron recíprocamente con sus púas y hubieron de separarse. Obligados de nuevo a juntarse por el frío, volvieron a pincharse y a distanciarse. Estas alternativas de aproximación y alejamiento duraron hasta que les fue dado hallar una distancia media en la que ambos males resultaban mitigados.»

Sigmund Freud
Psicología de las masas y análisis del yo / 1920-1

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LOS AFECTOS Y LA CAPACIDAD DE RESISTENCIA FRENTE A LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS   / S. Freud

Antony Williams, "Portrait of Emma Leaning on her Hand", 44.5 x 35 cms

Antony Williams, «Portrait of Emma Leaning on her Hand», 44.5 x 35 cms

En numerosos estados anímicos que se denominan afectos, la participación del cuerpo es tan notable y espectacular, que muchos psicólogos han llegado a aceptar que la esencia de los afectos residiría únicamente en estas sus manifestaciones corporales. Son de todos conocidas las extraordinarias alteraciones de la expresión facial, de la circulación sanguínea, de las secreciones, del estado excitativo de la musculatura voluntaria, que pueden producirse bajo la influencia del miedo, de la ira, del dolor anímico, del éxtasis sexual y de otras emociones. Menos conocidas, pero absolutamente indudables, son otras acciones somáticas de los afectos que ya no forman parte de la expresión directa de los mismos. Así, ciertos estados afectivos permanentes de naturaleza penosa o, como suele decirse, «depresiva», como la congoja, las preocupaciones y la aflicción, reducen en su totalidad la nutrición del organismo, llevan al encanecimiento precoz, a la desaparición del tejido adiposo y a alteraciones patológicas de los vasos sanguíneos. Recíprocamente, bajo la influencia de excitaciones gozosas, de la «felicidad», obsérvase cómo todo el organismo florece y la persona recupera algunas manifestaciones de la juventud. Los grandes afectos tienen, evidentemente, íntima relación con la capacidad de resistencia frente a las enfermedades infecciosas; buen ejemplo de ello es la observación, efectuada por médicos militares, de que la susceptibilidad a las enfermedades epidémicas y a la disentería es mucho mayor entre los contingentes de un ejército derrotado que entre los vencedores. Mas los afectos -casi exclusivamente los depresivos- a menudo son también por sí mismos causas directas de enfermedades tanto del sistema nervioso -con alteraciones anatómicamente demostrables- como también de otros órganos, debiendo aceptarse en tales casos la preexistencia de una propensión a dicha enfermedad, hasta ese momento inactiva.

A su vez, estados patológicos ya establecidos pueden ser profundamente influidos por afectos tumultuosos, por lo general en el sentido del empeoramiento; pero tampoco faltan ejemplos de que un gran susto, una repentina aflicción, por una curiosa revulsión de todo el organismo, hayan influido favorablemente sobre una enfermedad crónica o aun la hayan curado por completo. Por fin, no cabe duda de que la duración de la vida puede ser considerablemente abreviada por afectos depresivos y que un susto violento, una injuria u ofensa candentes son susceptibles de poner repentino fin a la existencia; por extraño que parezca, esta última repercusión obsérvase también en ocasiones a consecuencia de una grande e inesperada alegría.

Los afectos en sentido estricto se caracterizan por una muy particular vinculación con los procesos corporales; pero en realidad todos los estados anímicos, incluso aquellos que solemos considerar como «procesos intelectivos», también son en cierto modo afectivos, y a ninguno le falta la expresión somática y la capacidad de alterar procesos corporales. Hasta en el pensamiento más reposado, por medio de «representaciones», descárganse continuamente, de acuerdo con el contenido de dichas representaciones, estímulos hacia los músculos lisos y estriados, que se pueden revelar por medio de una adecuada intensificación y que permiten explicar numerosos fenómenos harto notables, pretendidamente «sobrenaturales». Así se explica, entre otros fenómenos, la denominada adivinación del pensamiento por los pequeños movimientos involuntarios que realiza el médium durante la experiencia, consistente, por ejemplo, en dejarse guiar por él hacia un objeto escondido. Todo este fenómeno merece más bien el calificativo de revelación del pensamiento.

Los procesos de la voluntad y de la atención son asimismo susceptibles de influir profundamente sobre los procesos corporales y de desempeñar un gran papel como estimulantes o inhibidores de enfermedades orgánicas. Un celebrado médico inglés ha dicho de sí mismo que consigue provocar las más diversas sensaciones y dolores en cualquier parte de su cuerpo a la cual dirija la atención, y la mayoría de los seres parecen tener parecida capacidad. Al considerar los dolores, que por lo común se incluyen entre las manifestaciones somáticas, siempre debe tenerse en cuenta su estrechísima dependencia de las condiciones anímicas. Los profanos, que tienden a englobar tales influencias psíquicas bajo el rótulo de «imaginación», suelen tener poco respeto a los dolores «imaginarios», en contraste con los provocados por heridas, enfermedad o inflamación. Mas ello es flagrantemente injusto: cualquiera que sea la causa del dolor, aunque se trate de la imaginación, los dolores mismos no por ello son menos reales y menos violentos.

Tal como los dolores pueden ser provocados o exacerbados dirigiendo la atención sobre ellos, también desaparecen al apartarse ésta. Dicha experiencia se aplica comúnmente para calmar a un niño dolorido; el guerrero adulto no siente el dolor de sus heridas en el febril ardor del combate; es muy probable que el mártir, en la exaltación de sus sentimientos religiosos, en la sumisión de todos sus pensamientos hacia la recompensa celestial que le espera, se torne totalmente insensible al dolor de su tormento. No es tan fácil abonar por medio de ejemplos la influencia de la voluntad sobre los procesos morbosos orgánicos pero es muy posible que el propósito de sanar o la voluntad de morir no carezcan de importancia para el desenlace de algunas enfermedades, aun graves y de dudoso carácter.

Un especialísimo interés reviste el estado anímico de la expectación, merced al cual toda una serie de las más activas fuerzas psíquicas pueden ponerse en juego para determinar la provocación y la curación de afecciones corporales. No cabe duda con respecto al papel de la expectación ansiosa, y sería importante establecer con certeza si tiene efectivamente la influencia que se le atribuye en relación con las enfermedades: si, por ejemplo, es cierto que durante el dominio de una epidemia, los más expuestos son precisamente los que más temen contraer la infección. El estado opuesto, la expectación confiada o esperanzada, es una fuerza curativa con la que en realidad tenemos que contar en todos nuestros esfuerzos terapéuticos o curativos. No de otro modo podríanse explicar los peculiares efectos que observamos con los medicamentos y con otras intervenciones terapéuticas.

Sigmund Freud

Psicoterapia – (Tratamiento por el espíritu) – 1905

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