Teoría de la noche americana

Henri Rousseau, El sueño, 1910

Henri Rousseau, El sueño, 1910


TEORÍA DE LA NOCHE AMERICANA

Antes que la gran tarde continental se llene de sombras,
cual una patria aérea invadida por oscuras águilas,
concentraré mi cuerpo cerca de estos valles
que dibujan sobre los meridianos de la tierra
la historia remotísima de la sangre aborigen
y los relatos del hombre habitador de hidrópicos mundos.

Haré que las hondas selvas próximas a escuchar pregones lejanos
de quenas, cornamusas y roncos teponaztlis,
me entreguen su conmoción ante el silencio
que baja de los Andes como jaguar a las cuevas
donde arañas deformes trabajan para la muerte,
como trabajan también hormiga y chucua para la muerte,
mientras la constructora mecánica del suelo
fermenta el hervor caótica de gérmenes que viven
mezclándose con la pudrición debajo de las ciénagas.

Como un emperador indio
envuelto en su soberbia casta legítima;
de pie sobre las rocas sagradas y los ojos
fijos en los holocaustos del sol en su poniente,
así en rojo tezontle cimentaré mi sueño;
en lo más mexicano de un peñón borrascoso,
donde mis sienes puedan sentir los tránsitos del aire
y comprender mi espíritu la fuerza de unos pueblos
que amaron como yo estas mismas cordilleras de América;

aquí se arrodillaron,
aquí se engrandecieron
y aquí como profetas agrícolas hablaron
de las cosas nutricias; de los bosques sedientos;
del alcance horizontal de las raíces
y la fidelidad del hombre a las montañas.
Me tenderé a la orilla de un lago migratorio
para que así, muy junto de su fluvial deslave,
pueda tocar con más justicia el polvo de las vértebras;
la virtud labrantía de los dedos
y el estrago ya disperso de las rótulas,
caídas en la arena y calcinadas
por furias que chocaron contra el moreno Continente,
hasta desquiciar columnas monolíticas
y fundir aquellas láminas de oro.
que brillaron en los dinteles de las casas
llamándolas de las más humildes músicas
cuando el viento les hería sus biseles,
como si fueran de carrizo silbador
o de atributos del maíz.

Me tenderé a la orilla de un lago porque América,
desde el Yukón a la Patagonia,
salió del agua en el principio de los tiempos
como una balsa llena
de plátanos y piñas;
balsámicas maderas;
azules mariposas;
venenos y volcanes;
defensa pectoral hecha de pieles
de caimán aletargado en la manigua,
y plumas de quetzal
escondido cual una móvil esmeralda
bajo las selvas del Petén.

Así América lacustre, bestial y cataclísmica;
recuérdalo figuras de batracios que los indios
esculpieron suplicantes en las rocas,
para pedir que se alejaran
los líquidos poderes invasores.
El agua retirándose dejó sus venas repartidas
en las vertientes amazónicas;
sus ojos en los lagos de la dulce Guatemala
y su cabellera al pie del Iguazú.

El agua fue para América origen tempestuoso de su vida.
Por eso cuando pronuncio estas palabras
con algo de su espíritu y su sangre,
idólatra y pagano confieso
la primitiva pasión que me subyuga,
y digo una plegaria que comienza
signándome la carne con luceros arborescentes,
en el nombre de la Tierra y del Espacio;
de la caoba que contiene vigas y sepulcros;
de los vestigios caminantes de la raza
y del sol que todavía nos gobierna en las alturas.
Una plegaria que principia proclamando
mi culto a las tinieblas de la noche,
y concluye con actos de fe sin esperanza
en la amargura original de América.
y ante las sordas cumbres del Chimborazo clama.
Así creo en mi país meciéndose con ruidos de selva irremediable
desde el Darién al Putumayo.
Así mi nación de ríos que ningún mar resume.
Así Colombia acuática y agobiadoramente vegetal.

Me tenderé cerca de silencioso río a esperar la noche
que invade con su espuma de inorgánicos ébanos,
las subterráneas formaciones de carbón.
Me tenderé a esperar la noche
Como antes al regresar de sus asaltos
a los cobrizos peces y las leonadas fieras,
los rápidos arqueros cazadores.
Me tenderé a esperar la sombra cerca del silencioso río,
porque agua, oscuridad y hermetismo selvático
son la terrible clave hereditaria
del hombre de América.
Tres buitres anclados en escuetos farallones.
Tres Orinocos desaguando siempre en nuestra sangre.
Tres murallas mortuorias oprimiendo
los pantanos donde suplica el «diostedé».

Únicamente los que nacimos en América
comprendemos la enormidad del telúrico luto.
Decid a un americano auténtico la palabra «penumbra»,
y agitará los brazos
como un ofidio constrictor.
Es su nocturno instinto, su inclinación de selva
buscando sus orígenes.

Decidle «agua» y entonces descubriréis lagunas
en sus ojos manchados de crepúsculos.

Sin embargo decidle «silencio» y en sus manos
florecerán manojos de catleyas.
La flor americana del silencio que nunca
se interrumpe. La flor más desértica y libre.
Se alimenta de brisas y silencios y músicas
inaudibles. A veces palidece y suspira.
Se sostiene en la danza. Se ilumina con los éxtasis.
Nace sobre una vara de silencio y olvido
y en olvido y silencio multiplícase y muere.
Otros días quisiera volar como un espíritu
y alejarse entre luces amarillas y lágrimas.

Abandonaré ciudades donde se cumple mi destierro
de todo cuanto es orgánica energía.
Allá dejé raíces como brazos que abren túneles
por donde pasan atropellándose en su arterial carrera,
los verdes glóbulos del fondo.
Dejé calor sacando a cada instante vidas trágicas
del territorio fétido que pudre.
Dejé vigor, crueldad en las batallas animales
y un odio de tinieblas contra hombres y criaturas.

Yo llamo a la noche americana: ¡madre!,
y ella me grita desde sus cóncavas regiones: ¡hijo!
No conocí a mi madre. Murió cuando mis ojos
ignoraban las transformaciones de la luz.
No conservo su memoria o si la guardo
es como río doloroso fluyendo entre lo oscuro.
La noche protegió mi formidable desamparo.
Crecí como algo suyo; como se desarrolla el trueno
en sus velocidades enemigas.
Hay un rencor en mí contra la claridad y la esperanza
y una insubordinación irredimible.
Llamadme por el nombre de una bestia nocturna
y acudiré,
porque mi confusión es parte de la noche
y mi angustia un zarpazo de su abismo.

Abandonaré metrópolis de cal donde se cumple mi destierro.
Allá me aguardan vegetaciones oscurísimas
y toros con tormentas en los cuernos;
obsidiana en los ojos y pezuñas,
y cuerpo de canela que se vuelve
misterioso en las cúspides sin astros.
Así América implacable en su hermosura;
vital bajo sus légamos caribes
y pobre entre sus ídolos de oro.

He de volver a sus desiertos a engrandecer mi espíritu.
Su sombra es luz de mis poderes veteranos.

Su pan el hambre de mi boca.
Su tempestad mi sosiego.
Su pudrición el más salvaje de mis gozos.
Yo soy el compañero de sus tribus que caminan
sobre savias vigorosas preguntando
por el instante mismo de la muerte.
Abandonaré ciudades, olvidaré metrópolis
y volveré a tenderme a la orilla de un río silencioso;
uno de esos turbios ríos de nombres musicales: Inírida, Vaupés,
a esperar como las serpientes el amparo de la noche de América.

Germán Pardo García en Las 2001 Noches Nº 5

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Convocatoria Facultad de Filosofía de la UCM

EL CHISTE Y SU RELACIÓN CON LO INCONSCIENTE

Miércoles 11 de febrero de 2009

La técnica del chiste
Magdalena Salamanca. Psicoanalista
11,30-13,30 h. – Sem. 217
Facultad de Filosofía de la UCM

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Oh minoría que nada podéis en mi patria

Edvard Munch, Evening on Karl Johan, 1892

Edvard Munch, Evening on Karl Johan, 1892


EL RESTO

¡Oh minoría que nada podéis en mi patria,
oh retal de esclavizados!

Artistas rotos contra ella,
errantes, perdidos por los pueblos,
de los que todos desconfían y hablan mal,

amantes de la belleza, muertos de hambre,
frustrados por sistemas,
impotentes contra el control;

vosotros que no podéis consumiros
perseverando en éxitos,
vosotros que podéis solo hablar,
que no os podéis anquilosar hasta la reiteración;
vosotros de más fino sentido,
rotos contra el falso conocimiento,
vosotros que podéis conocer de primera mano,
odiados, encerrados, mirados con desconfianza,

pensadlo:
yo he capeado el vendaval,
he domeñado mi exilio.

Ezra Pound

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¿A ustedes no les parece que todo el pueblo español debe entrar en psicoanálisis?

Lectura recomendada en Interpretación Cero. La prensa al diván

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Poesía, Psicoanálisis, Locura

Lectura recomendada Indio Gris Nº 406
Así habló Zaratustrita en 1979 «Poesía, Psicoanálisis, Locura»

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“El dolor, el humor y el sentimiento de inferioridad” por Amelia Díez Cuesta

Se dice que los celos buscan con celo lo que dolor produce.

 

Nos reímos cuando en la misma situación habríamos reaccionado de la misma manera. Nos reímos cuando alguien está haciendo algo muy importante y un dolor o una necesidad excrementicia relega lo importante, y no por considerarle inferior respecto a nosotros sino respecto a su posición anterior, sabiendo que el que ríe haría exactamente lo mismo. Es la ausencia del dolor propio lo que nos permite encontrar placer en esa comparación entre el antes y el después.

 

El placer cómico no refiere a un placer recordado sino debido a una comparación, así nos reímos de Charlot cuando pisa todos los charcos y deja uno sin pisar. No se trata de una comparación entre el prójimo y yo, sino una comparación dentro del prójimo, o bien una comparación dentro del yo.

 

Freud distingue entre el chiste, lo cómico y el humor, marcando su diferencia nos dice: el chiste es el ahorro del gasto psíquico de una represión, se hace un chiste en lugar de que un pensamiento sea reprimido, mientras que lo cómico es el ahorro del gasto psíquico de una representación, en tanto la imagen se va a pasear sola, es decir alguien en nuestro lugar hace una representación con la cual nos reímos de nosotros mismos. En cuanto al humor, como por humanos somos muy sentimentales, es el ahorro del gasto psíquico de un sentimiento.

 

El humor es el ahorro de un gasto de afecto, que puede ser un dolor. Humor en lugar de dolor. ¿Qué día es hoy? Pregunta un condenado a muerte cuando va conducido a la horca. Lunes, le responden.

 

¡Vaya, bonita manera de comenzar la semana!

 

El humor comprende tantas especies como sentimientos emotivos que son ahorrados: compasión, disgusto, dolor, enternecimiento… etc.

 

Así los dibujantes han llevado hasta un punto insospechado el arte de extraer humor de lo horrible, cruel o repugnante.

 

Aquel que halla placer en producir dolor también está capacitado para gozar del dolor. El pudor, la repugnancia, el espanto y el dolor son límites, márgenes, bordes en los cuales también hay satisfacción.

 

Si en el placer de contemplación la zona erógena es la mirada, en el placer del dolor la zona erógena es la voz que eriza la piel.

 

También las sensaciones sumamente dolorosas poseen efecto erógeno. Así como una bofetada puede ser considerada una caricia a alta velocidad, también el dolor puede ser considerado una excitación de alta intensidad.

 

Cuando pensamos en el dolor que nos causaría la muerte de una persona nos inspira un intenso cariño, por eso que el intenso cariño siempre es sospechoso de estar causado por un pensamiento de muerte.

 

A veces tolerar el dolor que nos causa una verdad evita que nos dolamos continuamente por reprimir esa verdad.

 

El dolor por la muerte de un ser querido va acompañado por la alegría de no ser el muerto, y conlleva la hostilidad hacia los muertos que tiene carácter de legítima defensa. Determinados tabúes se explican por temor a la tentación y la indefensión ante el muerto, siendo los sentimientos de doble carácter los que se manifiestan bajo la forma de dolor y satisfacción. Los sentimientos hostiles hacia los seres queridos cuando mueren toma carácter de dolor y se transforma en miedo a ser castigado por el demonio del finado, algo que con el tiempo se va disipando tanto el dolor como el miedo al castigo, y transformándose así nuestros muertos de demonios en venerados antepasados.

 

Todos sabemos que alguien aquejado de un dolor deja de interesarse por el mundo exterior, en cuanto no tiene que ver con su dolencia, incluso retira de sus objetos amorosos su interés libidinoso, cesando así de amar mientras sufre. O si se trata de lesiones deportivas, cesando de interesarse en jugar mientras sufre.

 

La vulgaridad de este hecho también tiene una explicación en términos de la teoría de la libido. Diremos que el enfermo retrotrae su libido al propio yo concentrándose en la curación, «concentrándose está su alma, dice el poeta con dolor de muelas, en el estrecho hoyo de su molar». La libido y el interés del yo, no se diferencian. Esta desaparición de todo interés amoroso ante el dolor físico no nos llama la atención porque es algo que ocurre a cada uno, por eso también ha sido fuente de comicidad. El sueño también es otro estado donde se retrotraen todas las cargas de la libido hacia un único interés: el reposo, el deseo de dormir.

 

En ambas situaciones, dormir y dolor, aparecen modificaciones de la distribución de la libido consecutivas a una modificación del yo.

 

Es conocido que perturbaciones tan graves de la distribución de la libido como la de una depresión melancólica son interrumpidas temporalmente por una enfermedad orgánica intercurrente, y que hasta una «demencia precoz» puede experimentar en tales casos una pasajera mejoría.

 

Cuando la hipocondría se manifiesta, como la enfermedad orgánica, en sensaciones somáticas dolorosas, coincide también en cuanto a la distribución de la libido, en tanto retrotrae su interés del mundo exterior y lo concentra en el órgano que le preocupa.

 

Con la histeria hemos aprendido que ciertas partes del cuerpo se  pueden comportar como zonas erógenas, y por eso denominamos zonas histerógenas, lo mismo podemos decir de los órganos de las preocupaciones del hipocondríaco. Algo que diferencia a los órganos implicados en las enfermedades denominadas psicosomáticas, las inervadas por el sistema neurovegetativo, que podríamos decir que son órganos desexualizados, órganos que dejan de estar libidinizados o que en el tiempo del fantasma del cuerpo fragmentado fueron fragmentos que no ocuparon su lugar en la estructuración del fantasma, quedando fuera de la distribución de la libido.

 

Cuando se goza con el dolor, no es con el dolor mismo que se goza sino con la excitación sexual concomitante.

 

La naturaleza económica del dolor físico es análoga a la del dolor psíquico, por eso el dolor del melancólico es como el dolor de una herida en su yo, lo mismo que el dolor de la muerte de un ser querido, en tanto nos amamos en el ser querido. Los seres queridos, desde la libido, forman parte de nosotros mismos, y cuando muere cada uno de nuestros seres amados es como si muriera un trozo de nuestro propio y amado yo.

 

Aunque también conlleva una alegría por perder algo que le era extraño y ajeno al yo, por eso la ley de la ambivalencia dominó, domina y dominará las relaciones humanas.

 

El ser humano no puede alejar de sí la muerte puesto que la experimenta en el dolor por sus muertos.

 

Sin embargo también ocurre que no puede reconocer su muerte ya que no puede imaginar su propia muerte, por eso que desde el principio de los tiempos de la Humanidad lo primero que los seres humanos inventamos fueron «los espíritus», que por el sentimiento de culpabilidad por la satisfacción que se mezclaba con el duelo eran de carácter demoníaco, a los cuales había que temer. Entre los seres humanos persiste la idea de que el muerto desea nuestra muerte, que nos llama a su lado.

 

Sabemos que el placer va en relación a la disminución de excitación del aparato psíquico, mientras que el dolor va en paralelo al aumento de excitación. Por eso que una de las misiones del aparato psíquico es desviar el dolor con la misma urgencia que se impone la adquisición de placer, y para ello sabe que tiene que renunciar a la satisfacción inmediata, soportar determinados dolores y renunciar, en general, a ciertas fuentes de placer, de esa manera no se deja dominar por el principio de placer y pasa a dejarse regir por el principio de realidad cuya consecución también es el placer. El paso del principio del placer al principio de realidad incluye el goce mortal, el goce infinito, pues sabemos que el goce infinito es muy doloroso.

 

Lo que en épocas tempranas fue satisfacción después de la represión se transforma en repugnancia. El niño que amaba tomar leche materna después toma aversión a la leche.

 

Hay quien se siente identificado, por ejemplo a su madre, a través del dolor de cabeza, o a través de un dolor que esa persona padecía.

 

Lo mismo que las tensiones provocadas por la necesidad, puede también permanecer inconsciente el dolor.

 

El dolor puede ser también una forma de adquirir conocimiento acerca de nuestros órganos cuando padecemos una dolorosa enfermedad, que suele ser el prototipo de aquella en la que llegamos a la representación de nuestro propio cuerpo.

 

El dolor y el displacer pueden dejar de ser una señal de alarma y constituir un fin, con lo cual paralizan el principio del placer que es el guardián de la vida.

 

Una neurosis, contra todos los principios terapéuticos, puede desaparecer cuando el sujeto contrae un matrimonio desgraciado, pierde su fortuna o contrae una grave enfermedad orgánica, cuando un padecimiento queda sustituido por otro, pues de lo que se trataba era tan sólo de poder conservar cierta cuota de dolor.

 

Una «necesidad de castigo» está en juego, una necesidad satisfecha por el castigo y el dolor. Hay veces que el sentimiento de culpabilidad toma otras formas: sentimiento de inferioridad, enfermedad o castigo, que estructuralmente son equivalentes.

 

Amelia Díez Cuesta. Psicoanalista

En Extensión Universitaria. Revista de Psicoanálisis Nº 59

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«A su propio rostro en el espejo» de Ezra Pound

Lucian Freud

Lucian Freud. Reflection (self portrait), 1985

A SU PROPIO ROSTRO EN EL ESPEJO

 

¡Aquel extraño rostro en el fondo del espejo!

¡Oh lasciva compañía, oh venerable huésped,

oh inocente amigo arrasado por la pena!

 

¿Qué respondes?

                        Oh, tú, miríada

que pugna, desafiando y engañando.

 

 

¿A mí? ¿A mí? ¿A mí?

                                   ¿Y tú?

 

 

Ezra Pound

A Lume Spento, 1908

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«La técnica del chiste» de Sigmund Freud

«Veamos si en algún otro dominio psíquico se han descubierto ya procesos análogos a los que aquí describimos como técnica del chiste. Unicamente, en uno muy distante en apariencia. En 1900 publiqué una obra titulada La interpretación de los sueños, en la cual, como su título indica, intenté aclarar el misterio de los sueños y presentarlos como un producto de la normal función anímica. En esta obra opongo repetidamente el contenido manifiesto del sueño, con frecuencia harto singular, a las ideas latentes del mismo, totalmente correctas, de las que procede, y emprendo la investigación de los procesos que, partiendo de dichas ideas, hacen surgir el sueño, y de las fuerzas psíquicas que toman parte en esta transformación. El conjunto de los procesos de transformación es denominado por mi elaboración del sueño, y como un fragmento de la misma he descrito un proceso de condensación que muestra la mayor analogía con el que aparece en la técnica del chiste, pues produce como éste una abreviación y crea formaciones sustitutivas de idéntico carácter. Todos conocemos por nuestros propios sueños las formaciones mixtas de personas y hasta de objetos que en ellos aparecen. El sueño llega también a crear formaciones mixtas de palabras que luego podemos descomponer en el análisis (por ejemplo: Autodidasker = autodidacta + Lasker). Otras veces, y con mayor frecuencia, el proceso de condensación del sueño no crea formaciones mixtas, sino imágenes que, salvo en una modificación o agregación procedente de distinta fuente, coinciden por completo con una persona o un objeto determinados. Son, por tanto, tales modificaciones idénticas a las que nos muestran los chistes… y no podemos ya poner en duda que en ambos casos tenemos ante nosotros el mismo proceso psíquico, reconocible por su idéntico resultado. Tan amplia analogía de la técnica del chiste con la elaboración del sueño no dejará de intensificar nuestro interés por la primera, haciéndonos concebir la esperanza de que una comparación entre el chiste y los sueños contribuya extraordinariamente a descubrirnos la esencial de aquél.»

 

Sigmund Freud

El chiste y su relación con lo inconsciente, 1905

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